En el siglo XVI, en Holanda, se vendían bienes preciados (casas, granjas y hasta algún castillo) con el único objetivo de invertir en tulipanes. Se empezaron a realizar lo que ahora conocemos como “contratos de futuro”: los productores prometían entregar tulipanes y los compradores obtenían un derecho de entrega. Pero un día, y como pasa siempre, la burbuja estalló.
Una mala cosecha y la desconfianza de perder las garantías que se habían obtenido, provocaron que se quisieran deshacer de los tulipanes a toda costa y el precio de estos empezó a bajar. Ya nadie quería invertir en el mercado del tulipán y, lo peor de todo, miles de inversores y ahorradores perdieron todo lo que habían ganado.